Por Pablo Bilsky, 2 de enero de 2016
Pascal Quignard reflexionó sobre “el balbuceo, el eco inútil en la presencia temida y reiterada de la muerte”. Y ahora que me dicen no sé qué sobre Daniela Antúnez, aterrado, comparto mi balbuceo, inútil eco ante la ausencia.
Coordenadas para encontrar a la Negra
No la busquen, por favor,
no la busquen
en los sitios
que solía frecuentar.
No en las aulas.
Ni en la Facultad.
No la busquen allí, no.
Y no la busquen, no,
ni se les ocurra
buscarla entre los muertos.
Ni en los Campos Elíseos.
Ni en el Hades.
Ni en el Tártaro.
No. Allí no.
No ha cruzado la Estigia.
Ni ha visto a Cerbero: no.
Está ella en la Hélade,
Allí danza sin pausa,
inquieta,
de isla en isla,
ébano sonriente,
potrillita de Tracia.
Ella está con Calímaco
con él retoza y baila,
y ríe, y recita,
allí,
en su biblioteca,
en los suburbios de Alejandría,
entre pinakes
en los versos de Hecale
allí recita, ríe, baila,
sí: ella danza los versos.
Allí habita y descansa,
en La cabellera de Berenice,
y la reescribe,
una y otra vez,
y la dice
y se ríe
y así la habita,
es su hogar,
allí vive la Negra
feliz,
eterna como el recuerdo.
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